domingo, 15 de noviembre de 2009

Un día para sacar lo mejor de uno

Que les voy a contar... Me despierto un sábado por la mañana y empieza un día normal, hay que desayunar rápido y salir a hacer la compra. Mi mujer está liada preparando el cumpleaños para mi hija pequeña, mucho trabajo para que sus amiguitas se sientan como en casa. Entro en el cuarto y veo a mi Colnago mirándome a los ojos y preguntándome ¿cuantos kilómetros hoy?... Hace tanto tiempo que ya no hago ruta...

Todavía recuerdo a la grupeta que teníamos en Santa Cruz. Los sábados siempre quedaba muy temprano, casi de noche todavía, con el amigo Antonio (el 53 no tenía secretos para él) y subíamos despacio, hablando y echando unas risas hasta pasar por el Cruce de Taco y acercarnos al punto de encuentro con los demás, casi al pie de la carretera que sube al Tablero. Allí nos esperaba Sebastián Berriel, Perico Santana, Félix, Orlando, el Francés (siempre a mil por hora), Germán, Sandoval y algunos más. Que días aquellos, empezabas descendiendo la Cuesta de las Tablas, trazando sinuosamente el frío asfalto, para llegar a Candelaria.
La carretera se convertía en toda una variedad de toboganes rompepiernas, en la que con suerte, éramos los únicos usuarios de la vía. ¡Que maravilla! El sol empezaba a calentar los huesos, estamos en noviembre y el miedo a coger una mojada ya es habitual. Pero la ruta era atractiva, al pasar por aquellos tramos solitarios, rodeados del paisaje típicamente seco del sur de la isla. Era increíble oir sólo el rumor de la cadena saltando suavemente entre las ocho coronas de los primeros grupos Campagnolo indexados, las risas y los comentarios en buena compañía siempre hacían de cada salida un encuentro muy agradable y positivo, dolores de piernas aparte, claro. Era muy terapéutico, como diría un psquiatra, uno se olvidaba de los problemas y solo te preocupabas de no perder rueda y marchar en grupo...

Después de superar el escollo del Mirador de Don Martín, nos dirigíamos algo sofocados hacia Fasnia, entre paisajes extraños erosionados por el tiempo te daba la sensación de estar en el sitio justo en el momento adecuado, no te sentías con ganas de hacer otra cosa que pedalear. Al llegar al pueblo y despues de circular esperando a que llegáramos todos, buscábamos el bar donde siempre nos deteníamos a tomar un té caliente y hablar de curiosidades del recorrido y de las novedades técnicas. Siempre había alguno que le había puesto a la bici alguna virguería sofisticada y los demas mirábamos y remirábamos a ver cuando se la podríamos incorporar nosotros...

De vuelta a la ruta, ahora se apreciaba como los músculos hacían moverse perezosamente a la máquina, hay que volver a coger el punto, pero hay que tomarse las cosas con calma. Es curioso adelantar de vez en cuando a algún tractorcillo que llevaba materiales a las fincas colindantes, a veces veíamos a algunas personas trabajando en las tierras que estaban junto a la carretera. Le daba a la ocasión un aspecto bucólico, casi irreal, que contrastaba completamente con la vida urbana, plagada de tráfico y ruidos.

Ahora tocaba volver a casa, pero empezaba la hora de la verdad, había que volver por donde habíamos venido y eso significaba bajar por Don Martín de nuevo hasta llegar a Güímar, y después llegaría la Cuesta de Las Tablas, esperándonos al final. La famosa cuesta siempre tenía sus momentos, me acuerdo que había una entrada de una finca que habían perros que salían corriendo al paso de los ciclistas. Era muy curioso ir planchado y al salir los perros a la carrera, la adrenalina metía el "chute" y salías disparado, para encontrarte peor que antes en cuanto los dejabas atrás...
Después del esfuerzo agónico de la subida, cuando enfrentábamos el último repecho entre las dos paredes que rodean la carretera justo antes del cruce para el Tablero, ya te relajabas porque sabías que el día estaba hecho, bueno algunos no, porque Antonio tenía el "pase" y tenía que volar para llegar a casa a la hora convenida con la mujer. Si nos habíamos retrasado en la ruta ya sabías que al final llegaba la contrareloj, jajaja.
Ahora, el tráfico y el tiempo disponible nos va relegando cada vez más a evitar las salidas largas y a circular en zonas más alejadas de los coches. Como siempre le digo al colega que me saca el hígado cada domingo, menos mal que todavía tenemos el polígono para rodar más o menos tranquilos...
Que recuerdos, que risas, que pájarones que cogíamos, que recorridos (La subida al Bailadero, con la nube baja era fantástico), y que bien lo pasábamos...

Nos vemos en la carretera, inflen las ruedas, pónganse el casco y cuidado con los coches!!

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